
Hoy os traemos una boda que nos ha robado el corazón. Elena y Pedro se dieron el “sí, quiero” en Mont-Ras, en la casa familiar de Pedro, un lugar cargado de historia y recuerdos, donde ha veraneado toda su vida y donde también se casó su hermana mayor. Rodeados de sus seres queridos, la pareja logró crear una atmósfera acogedora, desenfadada y con un encanto campestre que nos ha enamorado.
La ceremonia civil tuvo lugar en pleno campo, donde el equipo de Cayana segó con mimo una parte del terreno para convertirlo en el escenario perfecto para el gran momento. La alcaldesa oficó la boda en una ceremonia cálida y cercana, en la que también participaron el padre de Pedro, sus hermanos y sus mejores amigos, quienes dedicaron emotivas palabras a los novios. “Fue un momento mágico y muy especial. Poder casarnos rodeados de las personas más importantes para nosotros, en un entorno tan significativo, hizo que todo tuviera un sentido aún más profundo”, nos cuenta Elena. Uno de los momentos más especiales fue la llegada de Elena del brazo de su padre, guiada por la melodía que marcaba el inicio del camino hacia su nueva vida junto a Pedro. “Escuchar la música y salir de casa con mi padre fue algo que nunca olvidaré. Sentía una emoción inmensa”, recuerda emocionada.
Desde el primer momento, Elena y Pedro quisieron que su boda reflejara su historia de amor, y uno de los detalles más bonitos fue la presencia de limones en la decoración. La razón no podía ser más especial: al mes de conocerse, la pareja plantó un limonero a partir de la semilla de un limón de su primer viaje juntos a La Rioja. Ahora, ese limonero se ha convertido en un árbol de dos metros que adorna su hogar. “Para nosotros, los limones representan nuestro crecimiento como pareja. Ver cómo algo tan pequeño ha crecido con el tiempo nos pareció el símbolo perfecto para nuestra boda”, nos cuenta la novia. Pedro de Cayana supo plasmar este significado en la decoración con bodegones de limones en la ceremonia, un sitting plan inspirado en frutas y verduras, y centros de mesa personalizados según el nombre de cada mesa. Además, los novios regalaron un pequeño limonero a dos parejas amigas, para que lo hicieran crecer como ellos han hecho con su amor.
Para el catering, contaron con Mercès, que supo captar a la perfección la esencia de la boda con un menú que hacía sentir a los invitados como en casa. “Queríamos que la comida reflejara un domingo en familia, platos que nos recordaran a nuestra infancia y momentos felices”, explica Elena. El primer plato fue un refrescante gazpacho, tanto en su versión clásica como con un toque de aguacate. El segundo, una escalopa de pollo con huevo y trufa, y el broche final fue una ensaimada con nata, frutos rojos y chocolate, un guiño a los postres de los domingos familiares.
Cada rincón de la boda reflejó el mimo con el que fue organizada. Desde las carpas de estilo beduino hasta la espectacular iluminación y el sonido a cargo de Marc de Soundworks, todo contribuyó a crear un ambiente cálido y festivo. Albert Martí, el DJ que conocieron en la boda de unos amigos, fue el encargado de poner ritmo a la noche.
Elena estaba radiante con un vestido de novia de Marta Martí que combinaba sencillez y elegancia. “Fue amor a primera vista. Era justo lo que tenía en mente y, además, el primero que me probé. Fue una elección clarísima”, confiesa. Un diseño de estilo “camisón” con un toque retro que completó con un velo casquete, zapatos de Flor de Asoka y unos pendientes de la Joyería Sardà. Clara B. Makeup consiguió el look natural que Elena tanto deseaba.
Las flores también tuvieron un significado muy especial: Elena llevó un ramo de margaritas en honor a su madre y su abuela, ambas llamadas Margarita. Un detalle emotivo que también compartió con su mejor amiga, a quien regaló un ramo igual. La papelería, diseñada por su amiga Claudia de Hueco Studio, aportó un toque personal y único a cada invitación y elemento gráfico de la boda.
Tras el banquete, la celebración se convirtió en una gran fiesta que comenzó con la actuación sorpresa de “Los Desmadraos”, un grupo de rumba que fue el regalo de los hermanos de Elena. La música y el baile no pararon en toda la noche, y el momento cumbre llegó cuando los amigos de Pedro mantearon a su padre, un instante lleno de risas y emoción.
La boda de Elena y Pedro fue un día mágico, un reflejo de su amor y personalidad, donde cada detalle estuvo pensado para hacer sentir a sus invitados “como en casa”. “Fue incluso mejor de lo que había imaginado. No podíamos haber tenido mejor día ni mejores proveedores. Fue un sueño hecho realidad”, concluye Elena. Una celebración campestre, íntima y llena de significado que terminó con los novios bailando hasta el amanecer rodeados de sus amigos más cercanos. Sin duda, un día inolvidable que permanecerá para siempre en sus corazones con las fotografías de Ereaga.



