
La historia de Lucía y Bruno es de esas que llegan sin buscarlas. Se conocieron en un cumpleaños, un octubre de 2019, y aunque no fue hasta febrero cuando tuvieron su primera cita, el destino les tenía preparado un giro inesperado: la COVID. Lo que parecía un parón se convirtió en el inicio más romántico posible. Pasaron tres meses hablando cada noche por videollamada, sin tener nunca temas de conversación, pero con todas las ganas del mundo. Él es argentino; ella, malagueña de padres argentinos y viajera frecuente a Argentina. “Parece hecho a propósito”, nos cuenta Lucía. Y, viendo su boda, no podemos estar más de acuerdo.
La ceremonia tuvo lugar en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Fuengirola. El coro rociero que les acompañó llenó la iglesia de emoción y raíces, creando un ambiente mágico y profundamente andaluz. A la salida, los novios sorprendieron bailando sevillanas, un guiño precioso a la tierra de Lucía que contagió de alegría a todos los invitados.
Lucía estaba radiante con un vestido de novia de la firma catalana The Muse Collective, una pieza elegante y delicada que encajaba a la perfección con su esencia. Su look lo completaban unos zapatos de MIM, un bolsito hecho a mano y unos pendientes antiguos de rubíes y diamantes que pertenecían a su madrina. El ramo, creado por Rando Florista, estaba compuesto por orquídeas, anémonas, amaranthus y una orquídea especial en honor a su abuela. El lazo, bordado a mano por su amiga íntima y testigo, añadía un toque sentimental que hacía de este ramo una auténtica joya. Para el primer look llevaba un tocado creado a partir de retales del propio vestido, lino y seda japonesa, mientras que para el segundo look apostó por uno de Sach. Como detalle final, lució un abanico de lino bordado por una de las mejores amigas de su madre, con motivos que representaban a ambos.
El novio, elegante y con un estilo muy personal, llevó un traje hecho a medida en Barcelona. Completó su look con una corbata de Scalpers y unos gemelos muy especiales: piezas de oro de su abuelo grabadas con la inicial del apellido familiar, un detalle con herencia y emoción.
El convite se celebró en Hacienda Nadales en una boda de tarde-noche llena de magia. Lucía quiso apostar por el color granate como hilo conductor, por ser tendencia y por su esencia otoñal. Desde la caligrafía de las invitaciones, los detalles de los pajes, los lazos del seating plan, las flores del cóctel y hasta las uvas que decoraban las mesas, todo seguía una armonía perfecta. Las mesas, además, estaban decoradas con grandes racimos de uvas, una idea diferente y muy de temporada. Para iluminar la cena, la novia decidió huir de las guirnaldas típicas y apostar por lamparitas individuales que creaban una atmósfera cálida e íntima que conquistó a todos. Los nombres de las mesas eran grupos de música que significan mucho para la pareja, un guiño precioso a la pasión melómana de Bruno.
El cóctel fue un festival gastronómico. No faltaron los clásicos: jamón, quesos y canapés variados. Pero el toque más celebrado fue, sin duda, el puesto de pescaíto frito, un capricho muy malagueño que encantó a los invitados.
La fotógrafa Camila Lavalle capturó cada momento con una sensibilidad y una mirada preciosa esta boda organizada por La boda de Nicoletta. Lucía y Bruno crearon una celebración que era exactamente ellos mismos: cálida, divertida, otoñal, con alma viajera y llena de detalles con historia. Una boda que, sin duda, recordarán todos los que la vivieron.



