La boda de María y Miguel en Navarra

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El pasado 21 de junio, coincidiendo con el solsticio de verano, María y Miguel el “sí quiero” en un enclave tan especial como simbólico: La Era de Valerio, una finca rodeada de verde y montañas en Aranaratxe, a los pies de la Sierra de Urbasa, en Navarra. La fecha no fue casual: rendía homenaje al día más largo del año, pero también a ese amor que se promete sin prisas, “de sol a sol”, hasta el atardecer de la vida.

La ceremonia tuvo lugar en la Iglesia del pueblo, el mismo lugar donde años atrás se casaron los padres de Miguel. Y como si el destino tejiera con hilos invisibles la historia de ambos, también coincidía con el aniversario de boda de los abuelos de María, celebrando más de 70 años de amor. Un altar cargado de memoria y significado que unió pasado y presente en uno de los momentos más emotivos del día. Desde allí, los invitados pasearon a pie hasta la finca, en un pequeño trayecto que ya auguraba lo especial que estaba por venir.

María lucía un vestido de novia de Carla Villa Studio que encajaba a la perfección con su estilo sencillo y elegante. Su peinado, obra de su cuñada, y el maquillaje de su amiga Marta añadieron aún más emoción al look, porque no hay nada como rodearse de personas que te quieren en cada paso. Miguel, por su parte, vestía un traje de la sastrería sueca Blugiallo, elegido junto a su hermana en Estocolmo, ciudad en la que reside la pareja. Un conjunto sobrio y con carácter que reflejaba su historia compartida.

La celebración comenzó con un cóctel al aire libre en la era sur de la casa, servido por Euskal Parrilla, que apostó por un menú a base de producto fresco y de temporada, cocinado a la brasa. La comida se trasladó al jardín norte de la finca, bajo una estructura de sábanas blancas que ondeaban con la brisa y daban ese aire de verbena de pueblo que tanto nos gusta. Las mesas imperiales, dispuestas en hileras, con manteles de lino y florales en tonos naranjas, creaban un ambiente acogedor, fresco y muy personal.

El concepto de la boda no podía estar más cuidado: una mezcla entre la sencillez de una noche de verano en el pueblo y la honestidad estética de los materiales constructivos, reflejo directo de la obra arquitectónica que María y Miguel están desarrollando juntos. Así, no fue casual encontrar andamios, ladrillos o bloques de hormigón como parte de la decoración. Elementos que, lejos de desentonar, se integraban con belleza y coherencia, demostrando que cuando hay concepto, todo encaja.

Ay Mama Studio fue la encargada del diseño gráfico y la papelería personalizada, hilando con sutileza el tema “De Sol a Sol” y dando protagonismo al color naranja, presente en cada detalle, desde las minutas hasta los números de mesa. Las flores, en esa misma gama cálida, fueron obra de Villa Miranda, que también firmó el precioso ramo de la novia.

Todo en esta boda hablaba de ellos: del amor profundo que se tienen, del cuidado por los detalles, de esa manera de crear desde cero algo completamente único y auténtico, con la ayuda de su gente y rodeados del paisaje que tanto les representa. Un día luminoso, largo y lleno de significado, capturado con delicadeza por María Capdevila y Lota Grau en fotografía, y Sergio Marcos en vídeo.

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